lunes, 25 de abril de 2011

CONTINUACIÓN TRABAJO PRÁCTICO 5to Año C.O.

 Políticas de Obama contra la inmigración ilegal.








MANIFESTACIONES REALIZADAS POR LOS LATINOS CONTRA LAS POLÍTICAS MIGRATORIAS DE ESTADOS UNIDOS.




                                                     


                                                         

Actividades

1- Investigar en diversas fuentes bibliográficas sobre las condiciones naturales del país asignado, como: relieve, clima, hidrografía y bioma.

2-Analizar los principales indicadores socio-económicos  como PBI , IDH (esperanza de vida, tasa de alfabetización, matriculación educativa y PBI per cápita y otros).

3- Caracterizar la  forma de gobierno del país a trabajar. ¿Quién es el presidente actual? ¿De qué manera fue electo?

4-¿El país  analizado, integra  algún bloque económico? Explicar.

5-¿Cuál es la mayor problemática que afecta a la región?

6-Datos actuales referentes a las migraciones: causas y consecuencias.

7-¿ Quiénes son  los  refugiados? ¿Qué organismo internacional se encarga de proteger sus derechos?

8-Presentar el trabajo en un afiche con formato de infografía.



                                                     
ESPERO LAS PRODUCCIONES...





domingo, 10 de abril de 2011

Estudio de caso: "LA FRONTERA ENTRE MÉXICO Y LOS ESTADOS UNIDOS"

TRABAJO PRÁCTICO Nº 1

a) Leer atentamente el artículo periodístico del diario Clarín: "En busca del sueño americano". Los jinetes de la Bestia.
b)Al finalizar la lectura, es obligatorio dejar un comentario sobre lo leído.
c)Observar el video (realizar un click sobre la palabra seleccionada para obtener el enlace) que muestra la cruel realidad que deben pasar los inmigrantes centroamericanos en su peregrinaje a Estados Unidos.

Los jinetes de La Bestia

03/04/11 - 01:26
Son los 200.000 inmigrantes que se montan cada año a los “trenes de la muerte” para cruzar México y llegar a EE.UU. Los narcotraficantes los asaltan o secuestran. Muchos mueren en el intento.
El chirrido del acero penetra en el cerebro como un aguijón. Todos los que están montados a La Bestia cierran los ojos y algunos tapan sus oídos sin mayores resultados. Marlene y Erick dicen que entre el ruido y los barquinazos del tren están con dolor de cabeza permanente. El Moncho, Alexis y Álvaro ya no se quejan. Hace doce días que están arriba de estos convoyes de carga sin dormir más de cuatro horas seguidas y parecen anestesiados. “Tienes que concentrarte en una vieja (chica) o algo así y no pensar en tu raza (gente, familia) ni nada. Así te vas olvidando de que estás sobre este chingado (maldito) tren y que todavía vas a estar mucho más”, es la filosofía de Erick. ¿Y no es mejor pensar en lo que te vas a encontrar, en el futuro? “No, eso es también una chingadera (cagada). No sabemos qué vamos a encontrar”. ¿Pero no van a Estados Unidos por el “Sueño Americano”? “Vamos por la falta de sueños “catracho” (así denominan a los hondureños), porque en Honduras no hay futuro. En Estados Unidos, al menos hay trabajo”. El golpetazo de la curva que lanza el vagón a un lado y otro como un latigazo interrumpe cualquier charla. El Moncho casi se cae. Alexis lo agarró de un brazo. Ya vieron cómo se caían tres muchachos en el camino y nadie sabe en qué estado quedaron. Montar a la Bestia es como estar en un rodeo. En vez de caballo hay hierros. En vez de ruedo hay vías. En vez de domadores hay muchachos desesperados. Son los centroamericanos que escapan de la pobreza de sus países, más de 200.000 cada año, se trepan a los trenes de carga que cruzan México en un raid que les puede llevar hasta un mes en los que están expuestos a robos, violaciones, secuestros, mordeduras de animales, amputaciones y hasta la muerte para intentar llegar a Estados Unidos en busca de un trabajo, de un futuro. A estos ferrocarriles se los conoce como “el tren de la muerte” o simplemente “La Bestia”. Los jinetes tienen entre 15 y 30 años y se juegan la vida intentando domar a ese animal de acero.
Marlene Funes tiene 23 años, los ojos de un peluche y la remera rosa de la Pink Panther. No tiene mucha idea de lo que está haciendo. Sigue a Erick Ávila, de 34, que ya vivió 9 años en Manasas, Virginia, trabajando como pintor en una constructora y que deportaron hace seis meses hacia Tegucigalpa. Ahora lo intenta de nuevo. “No tengo nada que perder. En Estados Unidos puedo ganar 5 o 6 dólares la hora. Eso es lo que me pagan en Honduras por tres días enteros de trabajo”, calcula Erick. Marlene dice que está dispuesta a trabajar de cualquier cosa menos de prostituta. Dejó en Tegucigalpa, con su mamá, a un hijo de seis años. El tren se acerca a Medias Aguas, un cruce de vías donde tendrán que estar muy atentos para no subirse a otro convoy que los desvíe de la ruta. Pero se quedarán acá a descansar el resto del día. Van a acompañar a Carlos Trejo, un compatriota de San Pedro Sula de 53 años, dos hijos y con 15 años trabajando en la construcción en Houston, Texas. Trejo está con un poco de fiebre y diarrea. “Fue lo que comí ayer en el albergue de los curas. Estaba muy picante. No estoy acostumbrado a comer tan picoso”, cuenta Trejo. Los otros lo esperan por solidaridad y porque ya es un veterano de esta travesía. La hizo seis veces en los últimos años y conoce cada refugio, cada tren. Ahora, por ejemplo, ya averiguó con uno de los trabajadores de la estación que el próximo carguero hacia Orizaba, en Veracruz, saldrá a las once de la noche y que habrá que tirarse antes de llegar, apenas disminuya la marcha, para evitar las patrullas de la policía federal mexicana que intenta que los inmigrantes no invadan ese importante centro de cargas de donde salen los trenes directos hacia la estación de Lecherías en el Distrito Federal mexicano.
La experiencia de Trejo no le evitó los robos a este grupo. “Primero fueron los policías. Apenas cruzamos la frontera (de Guatemala a México) nos pararon en Ciudad Hidalgo y les tuvimos que dar las pocas lempiras y pesos mexicanos que teníamos encima. Y después, cuando estábamos llegando a Arriaga, en Chiapas, aparecieron unos mareros (pandilleros) muy marihuanados (drogados) a los que le tuvimos que dar como mil dólares entre todos para que no nos entreguen a unos secuestradores”, cuenta Marlene en voz baja y con cierta vergüenza. El año pasado, de acuerdo a la Comisión de Derechos Humanos de México, fueron secuestrados oficialmente 9.758 migrantes centroamericanos. Aunque la mayoría nunca hace la denuncia. En general son secuestrados por grupos narcotraficantes como Los Zetas que piden hasta 3.000 dólares de rescate a los familiares o amigos que esperan en Estados Unidos. Se calcula que las organizaciones llegan a juntar cada año más de 25 millones de dólares en ganancias sólo de esta actividad. Las mujeres son también violadas. “Hasta ahora no tuve problema, pero si me pasara creo que prefiero antes tirarme del tren y matarme”, dice Marlene.
La locomotora azul acomoda los vagones en una tarea que requiere paciencia y precisión. Se van enganchando uno a uno hasta completar la formación de más de 40 vagones. Los de adelante están totalmente prohibidos. Llevan químicos. Cientos de migrantes murieron intoxicados en los últimos años cuando se metieron en estos vagones. Pero los de atrás son de cereales y containers. Cuando el convoy comienza a rodar salen decenas de muchachos y algunas chicas de entre el monte y comienza la loca carrera por montar a La Bestia. Corren a la par del tren por entre las piedras puntiagudas. Cualquier imprecisión puede significar caer y perder al grupo con el que se viaja, tener un duro golpe o que las piernas se vayan debajo de una rueda. Los más hábiles suben a la pequeña plataforma entre los vagones y le dan la mano a los más retrasados. A las chicas las levantan de la cola y el de arriba las tira sin mayores delicadezas. Lo intento. El tren es el revés del caballo: siempre se sube por la derecha. Corro con ellos y logro tomarme de un pasamanos. No se puede mantener la estabilidad en estas piedras. Los pies insisten en cruzarse uno al otro. Largo el salto con la pierna izquierda y me doy la tibia con el hierro del primer escalón. Llego con la pierna derecha. Me estabilizo. El tren va a baja velocidad, tal vez a 15 o 20 kilómetros por hora. Cuando creo que ya está, que dominé a La Bestia, viene el barquinazo. El convoy va hacia un lado y el vagón del que me agarré, para el otro. La gravedad me expulsa. Decido usar esa fuerza para bajarme, viajar en auto y esperar en el próximo cruce de vías. Los chicos que viajan hacia la frontera méxicoamericana, llevan ya entre 20 y 30 subidas y bajadas. Veo cómo se aleja el tren y las sombras de los pocos que están parados sobre los vagones. Uno levanta los brazos al viento en señal de victoria. Cree que domó a la bestia. No entiende que todavía tiene que estar montado en el acero otras dos semanas.
Unos 300 kilómetros más adelante, en el albergue de Tierra Blanca, la hermana Guadalupe está terminando de preparar una sopa de tortilla, caldo de pollo con trozos de verdura y pedacitos de la clásica tortilla mexicana de maíz con algún chile picante dando vuelta. También hay arroz y porotos negros. Esperan a los que vienen en el tren de la mañana. “Tenemos lugar para unos 50. Pero a veces nos vienen 300. Ahí sacamos las ollas a la calle y les servimos en una tortilla. No alcanzan los cubiertos ni nada”, cuenta la religiosa mientras se toma un descanso. Helios Cordero, un voluntario venido de la Ciudad de México, artesano y actor de 32 años, es el que se ocupa de organizar a los que van llegando. En la puerta les lee el código del lugar: sin armas ni drogas, deben dejar sus datos --incluido un teléfono para avisar a sus familiares en caso de ser necesario--, se pueden quedar hasta 24 horas, darse un baño y dormir en una de las pocas cuchetas. “Algunos vienen y nos piden toallas y champú como si esto fuera un hotel”, se queja Helios. Rosanna Paguada, de Tegucigalpa, 28 años, artista y cocinera y Erick Ríos, de Chinandega en Honduras, 25 años, colocador de alfombras, prefieren quedarse afuera. “Igual te dan comida y no le tenemos que andar dando explicaciones a las monjas”, dice Rosanna. Se conocieron con Erick en uno de los trenes y comparten el hecho de ser unos veteranos de este tipo de viajes y de estadía en Estados Unidos. Los dos prácticamente se criaron allí, uno en Tennessee y el otro en Texas, y vuelven después de ser deportados hace unos tres meses. Los esperan sus hijos y parejas. Rossana tiene un niño de 9 años. Erick, una bebé de meses. Ella me muestra en su celular un video clip del cantante de música country Marcus Humman. “Me dedicó una canción que lleva mi nombre, Rossana, y actué en el video”, cuenta. ¿Cómo es posible, entonces, que te hayan deportado? “Pasé 15 años en Nashville pero nunca terminé de hacer los papeles. Por una cosa u otra nunca tuve la residencia. Hasta que un día me paró una camioneta de migraciones y me llevó. Estuve en la cárcel como un mes, después me metieron en un avión hacia Tegucigalpa. Pero no tengo nada que hacer ahí. Mi vida está en Tennesse”.
El grueso de los que bajan del tren van directamente hacia la estación de Tierra Blanca. Ahí, a unos cien metros está la planta purificadora de agua de Isidro Carrizal. Hay al menos unos 60 inmigrantes esperando que salga el tren de la tarde hacia Orizaba, el nudo ferroviario donde pueden alcanzar otro tren que los lleve hacia el norte. “Ayer mismo había acá como 400 personas. No dábamos abasto. Estuvimos cocinando y dándoles de comer durante casi seis horas. Hoy son menos y se las están arreglando bastante bien ellos mismos”, comenta Isidro mientras tres muchachos cortan leña, otros dos calientan el aceite para fritar las tortillas y calculan cuántos kilos de arroz van a necesitar. Mary, una laica católica delgada y movediza, los dirige y luego los convence de esperar unos minutos antes de comer para rezar. “Señor protege a estos muchachos de los peligros del camino, que no sean atacados por las bandas criminales, que no sean golpeados”, invoca Mary. Todos cierran los ojos y escuchan. Una chica con una remera con la imagen de la virgen negra de Guadalupe levanta los brazos al estilo evangelista. El olor de la comida recién hecha invade el final del rezo. Comen de a grupitos hablando en voz baja. Hay unos que no parecen ser muy confiables que permanecen del otro lado de las vías bajo un árbol para protegerse de los 37 grados con 90% de humedad. “Hay que tenerle un ojo a esos. Andaban jalados (drogados) y son capaces de chingarnos (jodernos)”, me cuenta por lo bajo Denis Chavarría que ya tuvo una muy mala experiencia cuando cruzó la frontera desde Guatemala hacia México y fue corrido por una clika (célula) de la Mara Salvatrucha (la pandilla internacional más temida). Se ocultó en la selva con otros compañeros y se salvó pero sabe que con ellos viaja gente que en cualquier momento lo puede asaltar y robarle los pocos dólares que tiene para pagar al pollero (traficante) que lo cruzará a Estados Unidos.
Adela Trimiño, tiene 26 años y cuatro hijos de 3,6,9 y 11 que dejó con su madre en San Lorenzo Valle, un pueblo de Honduras que vivía de la pesca y del trabajo que daba una empacadora de camarones. “Hace un año unos gringos compraron la empacadora y trajeron gente de otros lugares. No tomaron a ningún hondureño más. Nos quedamos sin nada”, cuenta esta gordita, inteligente, simpática y absolutamente determinada. Tiene el record de todos los que están allí. Es el cuarto viaje que intenta en tres meses. La primera vez la agarraron en la frontera mexicana. La segunda, llegó a Estados Unidos pero la arrestaron en el puente de Laredo. La última vez se enfermó y tuvo que regresar para recuperarse. Esta vez dice que es la definitiva. “Me espera un compadre con trabajo en la cocina de un restaurante de Houston y voy a llegar. Es la única esperanza de que mis hijos puedan comer”, dice mientras me pasa la receta de la “sopa maravilla”, en base a pescado y mariscos, una especialidad de su pueblo. Escucha asombrada Wendy García, también de 26 años y con tres chicos. Está viajando por primera vez junto a su marido a quien le prometieron un trabajo en Texas. “Espero que sea esta vez la definitiva. No aguantaría cuatro viajes como hizo Adela. Si tengo que volver y veo a mis hijos no me voy nunca más”, dice con una enorme angustia en su rostro.
Trrruuuunnnn. La sirena de la máquina despierta a todos del letargo. En apenas unos segundos se levantan, toman sus mochilas o bolsos destartalados y ya están al pie de la vía. La Bestia se mueve lenta pero el chirrido del acero friccionado anuncia que está por partir y se resiste a que la monten. Pero estas chicas y chicos no se dejan amedrentar. Uno a uno comienzan a correr al lado de los vagones y se cuelgan de los pasamanos. Veo que a Wendy la levantan en el aire y aterriza sobre la parrilla del primer descanso. Veo también como sube ágil hasta el techo José Sarmiento, el pibe de 23 años con el que estaba charlando en el momento en que salía el tren. Me cuenta que ya estuvo cuatro años y medio trabajando como plomero en Jefferson City, también en Tennesse, de donde lo expulsaron hace tres meses, que su pareja Mary y su hijo Wilman Aris, de 3 años, lo esperan allá y que se dirige a Albuquerque, en New México, donde tiene un contacto que lo ayudará. Cuando ya está en el tren le grito que espero verlo en cuatro horas más cuando el tren pase por Guadalupe-La Patrona, a unos 180 kilómetros, y que esté atento porque allí unas mujeres extraordinarias le arrojarán una bolsa con la cena y el agua que necesita para sobrevivir hasta la próxima parada. Un corcoveo de La Bestia oculta de mi vista a José hasta que lo veo resurgir como una sombra, saludando con la mano como un domador triunfante.


Con la asistencia de Las Patronas

03/04/11
Guadalupe y Rosa sacan las espinas de los nopales con paciencia de monje budista. Esas “hojas” de cactus son fantásticas para mezclar con alguna “carnita” y comerlas envueltas en tortilla. De vez en cuando alguna se levanta a revolver la olla del arroz o la de los frijoles. Francisca, la más joven, de 20 años, prepara las botellas de agua. De pronto, esa letanía se convierte en fulgor. Llega Norma, una mujer rotunda de cara amplia y pecosa, de sonrisa y ojos que hacen sentirse a uno cómodo de inmediato, con unas canastas de pan. “El tren está por llegar”, dice y todas comienzan a operar como un ballet en el acto final.
Son Las Patronas, un grupo de 15 mujeres casi todas emparentadas entre sí (4 hermanas, 2 cuñadas, 6 sobrinas y tres vecinas) que siguen el ejemplo de doña Carmen, la matriarca, que es quien comenzó a hacer comida para ayudar a los miles de inmigrantes centroamericanos que pasan por este pueblo de Guadalupe-La Patrona (de allí reciben el nombre) en el estado mexicano de Veracruz. Viven a la vera de las vías y ven transitar dos o tres veces por día a los muchachos y chicas colgados de los trenes de carga que piden agua y comida para no morir en el intento. “Hace como 10 o 15 años atrás veníamos con mi mamá con unas bolsas de la panadería y unos muchachos nos pidieron que les tiráramos un pancito. Y así se nos ocurrió que le podíamos lanzar alguna otra comida”, cuenta Norma. Reciben donaciones de decenas de pequeños empresarios. No tienen ningún subsidio o sueldo personal. La voluntad de ellas está sellada por su fe católica.
Toman las bolsas de plástico y van poniendo una cucharada de arroz, otra de frijoles, un toque de nopales y unas cuantas tortillas de maíz. “Es para que coman calentito”, dice Norma. De pronto escuchan la sirena del tren. Saben que está a unos 500 metros disminuyendo la marcha por el cambio de vías. Levantan las canastas pesadas y entre dos suben el cajón del agua en una carretilla. Las más jóvenes corren, las más grandes llevan más de 20 kilos de peso. Tienen que recorrer unos 50 o 60 metros hasta las vías y luego meterse por un caminito del costado. La luz de la locomotora, de La Bestia, se aproxima infundiendo temor a todos. Las Patronas no se amedrentan. Norma, Guadalupe y Rosa se ponen firmes y comienzan a agitar sus brazos. El maquinista hace una seña con el pulgar hacia arriba. Indica que hay inmigrantes en el tren y que todo está bien.
Ya se ven los brazos estirados de los inmigrantes. Las Patronas levantan los suyos. Las botellas de agua están unidas de a dos por una soguita para que las puedan agarrar sin que se les resbalen. Norma tiene la precisión de un jugador de basquet de la NBA, salta y lanza la bolsa justo a las manos de uno de los chicos. Rosa y Francisca siguen en la fila y entregan más bolsas. Hay algunos gritos. Reconozco a José Sarmiento, el chico de 23 años que va a reencontrarse con su mujer y su hijo en Tennessee. Está parado arriba de un vagón. Saluda apurado mientras alcanza una de las bolsas. Ya tiene la cena de hoy y si guarda algo, el desayuno de mañana.
Muy pocas veces, Las Patronas, logran entablar una relación con los migrantes. Está el caso de un muchacho de 20 años que fue apuñalado en el tren al intentar impedir que unos mareros violaran a su novia. Ese día el tren paró en Guadalupe-La Patrona y tres compañeros lo bajaron. Las Patronas lo llevaron a una clínica pero no lo aceptaron así que tuvieron que improvisar las curaciones. Pusieron sal en las heridas y el chico se curó. Los cuatro se quedaron trabajando con ellas por un mes hasta que se subieron nuevamente al tren.
El momento de gloria de Las Patronas fue el año pasado cuando el famoso actor Gael García Bernal (Diarios de Motocicleta) estrenó en el pueblo un film donde ellas aparecían. “Cuando empezamos, darle de comer a un migrante era delito. Hoy ya estamos recibiendo algunas donaciones de comida de los políticos locales. Ojalá se dieran cuenta los de aquí en México y los de Honduras o El Salvador o Guatemala que si estos muchachos tuvieran un trabajo digno nunca se montarían al tren”, dice Norma mientras rellena unas tortillas con nopales para que todo esté listo antes de que La Bestia vuelva a pasar con ese ejército de desamparados hambrientos.

EXISTEN NUMEROSOS DOCUMENTALES QUE MUESTRAN LO QUE PADECEN LOS INMIGRANTES CENTROAMERICANOS ANTES DE LLEGAR A ESTADOS UNIDOS.

Aquí les dejo un fragmento de "Los invisibles" para enriquecer la información.

 
Las drásticas medidas que toman las autoridades para controlar la frontera dejan huellas en el espacio geográfico y en la población.  Observen estas imágenes.



El cantautor guatemalteco, Ricardo Arjona,ha compuesto un tema musical dedicado  a los inmigrantes caribeños.

Observar el video y prestar especial atención a la letra del tema para luego comentar.
1-¿Qué situación describe el autor?
2-¿Por qué el tema musical se titula " Mojado"?
3-¿Qué condiciones debe cumplir el inmigrante al cruzar la frontera?
4-Realizar una reflexión del mismo.


 
 El propósito de estas actividades es  interiorizarlos  en el tema a trabajar; pronto tendrán las consignas para resolver y entregar.


Espero los comentarios...