jueves, 31 de marzo de 2016

6to Año "

"A 40 AÑOS DEL GOLPE MILITAR"

1-Leer y analizar los dos relatos.
TRES PORTUGUESES BAJO UN PARAGUAS
SIN CONTAR AL MUERTO

Por Rodolfo Walsh

1
El primer portugués era alto y flaco.
El segundo portugués era bajo y gordo.
El tercer portugués era mediano.
El cuarto portugués estaba muerto.
2
-¿Quién fue?- preguntó el comisario Jiménez.
-Yo no- dijo el primer portugués.
-Yo tampoco- dijo el segundo portugués.
-Yo menos- dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba muerto.
3
Daniel Hernández puso los cuatro sombreros sobre el escritorio. Así:
El sombrero del primer portugués estaba mojado adelante.
El sombrero del segundo portugués estaba seco en el medio.
El sombrero del tercer portugués estaba mojado adelante.
El sombrero del cuarto portugués estaba todo mojado.
4
-¿Qué hacían en esa esquina?- preguntó el comisario Jiménez.
-Esperábamos un taxi- dijo el primer portugués.
-Llovía muchísimo- dijo el segundo portugués.
-¡Cómo llovía! Dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués dormía la muerte dentro de su grueso sobretodo.
5
-¿Quién vio lo que pasó?- preguntó Daniel Hernández.
-Yo miraba hacia el norte- dijo el primer portugués.
-Yo miraba hacia el este- dijo el segundo portugués.
-Yo miraba hacia el sur- dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba muerto. Murió mirando al oeste.
6
-¿Quién tenía el paraguas?- preguntó el comisario Jiménez.
-Yo tampoco- dijo el primer portugués.
-Yo soy bajo y gordo- dijo el segundo portugués.
-El paraguas era chico- dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués no dijo nada. Tenía una bala en la nuca.
7
-¿Quién oyó el tiro?- preguntó Daniel Hernández.
-Yo soy corto de vista- dijo el primer portugués.
-La noche era oscura- dijo el segundo portugués.
-Tronaba y tronaba- dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba borracho de muerte.
8
-¿Cuándo vieron al muerto?- preguntó el comisario Jiménez.
-Cuando acabó de llover- dijo el primer portugués.
-Cuando acabó de tronar- dijo el segundo portugués.
-Cuando acabó de morir- dijo el tercer portugués.
Cuando acabó de morir.
9
-¿Qué hicieron entonces?- preguntó Daniel Hernández.
-Yo me saqué el sombrero- dijo el primer portugués.
-Yo me descubrí- dijo el segundo portugués.
-Mis homenajes al muerto- dijo el tercer portugués.
Los cuatro sombreros en la mesa.
10
-Entonces, ¿qué hicieron?- preguntó el comisario Jiménez.
-Uno maldijo la suerte- dijo el primer portugués.
-Uno cerró el paraguas- dijo el segundo portugués.
-Uno nos trajo corriendo- dijo el tercer portugués.
El muerto estaba muerto.
11
-Usted lo mató- dijo Daniel Hernández.
-¿Yo, señor?- preguntó el primer portugués.
-No, señor- dijo Daniel Hernández.
-¿Yo, señor?- preguntó el segundo portugués.
-Si, señor- dijo Daniel Hernández.
12
-Uno mató, uno murió, los otros dos no vieron nada- dijo Daniel Hernández.
-Uno miraba al norte, otro al este, otro al sur, el muerto al oeste. Habían convenido en vigilar cada uno una bocacalle distinta, para tener más posibilidades de descubrir un taxímetro en una noche tormentosa.

El paraguas era chico y ustedes eran cuatro. Mientras esperaban, la lluvia les mojó la parte delantera del sombrero.

El que miraba al norte y el que miraba al sur no tenían que darse vuelta para matar al que miraba al oeste. Les bastaba mover el brazo izquierdo o derecho a un costado. El que miraba al este, en cambio, tenía que darse vuelta del todo, porque estaba de espaldas a la víctima. Pero al darse vuelta se le mojó la parte de atrás del sombrero. Su sombrero está seco en el medio; es decir, mojado adelante y atrás. Los otros dos sombreros se mojaron solamente adelante, porque cuando sus dueños se dieron vuelta para mirar el cadáver, había dejado de llover. Y el sombrero del muerto se mojó por completo al rodar por el pavimento húmedo.

El asesino utilizó un arma de muy reducido calibre, un matagatos de esos con que juegan los chicos o que llevan algunas mujeres en su cartera. La detonación se confundió con los truenos (esta noche hubo una tormenta eléctrica particularmente intensa). Pero el segundo portugués tuvo que localizar en la oscuridad el único punto realmente vulnerable a un arma tan pequeña: la nuca de su víctima, entre el grueso sobretodo y el engañoso sombrero. En esos pocos segundos, el fuerte chaparrón le empapó la parte posterior del sombrero. El suyo es el único que presenta esa particularidad. Por lo tanto es el culpable.


El primer portugués se fue a su casa.
Al segundo no lo dejaron.
El tercero se llevó el paraguas.
El cuarto portugués estaba muerto. Muerto.


Extraído de “Cuentos para tahúres y otros relatos policiales” Ediciones de la Flor. 1996.





El misterioso caso del señor de gafas gruesas
Por Claudia Rodríguez Paoletti

Verdeoliva tenía pronunciados bigotes.
Aguamarina tenía cejas espesas.
Azulcielo cara de nada, lo que se dice, de nada.
El denunciante usaba anteojos.

El juez miró el reloj de la sala y dio por
comenzado el juicio.
La sala estaba desbordada.
Los acusados estaban sentados uno
al lado del otro.
La palabra le fue otorgada al señor fiscal.

Buenos días su Señoría, dijo al mismo tiempo
que su cuerpo giraba 180º.
Buenos días, respondió el Juez.
-En primer lugar quiero saber quién
de estos tres acusados fue el que dio la orden.
-Yo no -dijo Verdeoliva.
-Yo menos -exclamó Aguamarina.
-Yo no estaba enterado -balbuceó Azulcielo.
El señor de gruesos lentes aún no llegaba.

El murmullo estalló en la sala desbordada.
Pañuelos blancos, soldados verdes, fotos de cientos de jóvenes, cámaras y flashes.
El juez pidió silencio.

El fiscal respiró muy hondo y volvió a preguntar.
-¿Quién fue el primero en leer la carta que el periodista les dirigió?
-Yo no sé de qué carta habla -dijo altanero Verdeoliva.
-Yo la leí y le resté importancia -dijo Aguamarina.
-Yo sólo escuché el comentario en un bar en José León Suárez -dijo Azulcielo.
El señor de anteojos tardaba…

El fiscal retomó la palabra.
-Vamos por partes, exclamó: si uno la leyó y otro se enteró de su existencia y la misma estaba dirigida a los tres…
¿Cómo puede ser que Verdeoliva no conociera la carta?
La sala aplaudió.
El juez pidió silencio.

-Yo, después de algunos días me enteré -dijo Verdeoliva algo titubeante.
-Yo creí que la había olvidado, pero la recuperé entre viejos papeles -dijo Aguamarina.
-Yo escuché a “unos” vestidos con mameluco, muy interesados en su lectura y comencé a preocuparme.
El tiempo avanzaba y el escribiente con o sin anteojos no se hallaba en el lugar.

-A propósito -dijo el fiscal dirigiéndose a Azulcielo- ¿por qué le preocupó que un grupo de obreros comentara sobre la carta?
-Por el lugar en que se encuentra el bar, cerca del famoso Basural…
En la sala sonó un aire a indignación.

- Continuemos por favor -dijo el juez.
-Entonces: significa que los tres tenían conocimiento de esa carta -dijo el fiscal.
Los tres se miraron.
-Vuelvo a la pregunta: entonces, ¿quién de ustedes dio la orden?
-¡Yo no fui! -dijeron al unísono.
- Entonces ¿quién?

Rápidamente Verdeoliva señaló con su dedo índice a Aguamarina, quien a su vez señalaba con su dedo índice a Azulcielo, y éste, a su vez y también con su dedo índice, señalaba a Verdeoliva.

La sala toda sintió que respiraba complicidad en un aire verdeazulado.
El murmullo comenzó a crecer poco a poco. El señor de gafas gruesas aún no había llegado. Fue el momento en que se resolvió pasar a cuarto intermedio.



Preguntas para comenzar a resolver el caso 
¿Quién es el señor de anteojos? ¿Cuál fue la orden?
¿Por qué no está en la sala el hombre de la misteriosa carta?
¿Cuál será el contenido de dicha carta?

Pistas para resolver el caso 
Algunas se encuentran intercaladas en el relato.
Nació en Río Negro, República Argentina. 
Quedó huérfano y fue internado en un colegio irlandés.
Vivió entre 1927 y ¿1977?
La carta fue publicada en 1977.
El juicio fue realizado a mediados de la década de 1980.
Escribió artículos periodísticos y libros como “¿Quién mató a Rosendo?”.











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